9 de mayo de 2015

Tradición

Las pocas personas que me conocen saben que no soy afecto a los nacionalismos, y que la idea de patria me parece un desperdicio psicosocial. Sin embargo, pienso que hay cosas que nacieron en un territorio específico, que con el paso del tiempo cristalizaron y que merece la pena conservar. No digo conservarlas sin modificación, sino sumando cambios alrededor de una especie de núcleo de sentido que permite reconocerlas tal como eran. Esto que digo de un modo más bien confuso, creo poder aclararlo con una anécdota. Cruzaba hace un par de días el zócalo de la ciudad donde vivo. Unos veinte jóvenes vestidos de blanco ofrecían un espectáculo de capoeira. Los vi y, aparte de desconcertado, me sentí nacionalista; claro, un nacionalismo espurio porque no soy mexicano. Aquellos muchachos  que evidentemente habían nacido en México, bailaban, hacían acrobacias y cantaban en portugués y yo pensaba ¿Qué les pasa? ¿Acaso no hay en México un fondo cultural suficiente que les atraiga y que despierte en ellos el deseo de cultivarlo? Claro que hay, pero prefieren practicar algo que no pocos brasileños practican. No quiero arriesgar aquí ninguna conjetura, pero sí podría presentar un ejemplo: Lila Downs. Esta mujer, mezcla de mexicana y norteamericana, se ha dedicado a expresar en su música una serie de tradiciones mexicanas y, al mismo tiempo, lo ha hecho fusionándolas con recursos musicales muy actuales. Uno la ve y la escucha y todo es tan mexicano que apenas si nota que la base rítmica es colombiana, o norteamericana, o cubana, etc. No sé, estaría chido que los jóvenes mexicanos de hoy, además de practicar capoeira, se acercaran a gente como Downs, siguieran sus pasos o, mejor aún, inventaran un arte de movimiento basado en su música y, sobre todo, en su actitud hacia este bonito país por donde ya circula parte de mi sangre.

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