7 de junio de 2015

Mejor

Siempre me resultó desconcertante que en Venezuela las elecciones, en el plano operativo, fueran gestionadas por la milicia. Dos días antes de los comicios, los centros de votación (casi siempre escuelas) eran tomados por contingentes militares que llegaban con las urnas y el material y equipo necesarios, pero también llegaban armados hasta los dientes. Si por casualidad (o por premeditación) alguien quería atentar contra la democracia, los soldados estaban listos para apresarlo o darle muerte ipso facto. El argumento de fondo era que los militares eran neutrales y por lo tanto podían defender el sistema con sus medios, es decir, con la fuerza y con las armas. Aun cuando era un argumento falso, estaba avalado por una base legal: la constitución nacional establecía que los militares estaban para defender los intereses de la nación y que para hacerlo no podían manifestar filiación política alguna ni ejercer el sufragio. Con la llegada de la “revolución bonita” eso cambió. Chávez decidió que los militares debían votar, no porque fuera un afecto a los derechos ciudadanos, sino porque era un militar de vocación y de formación y veía en sus compañeros un puñado de votos duros. Aún así, digo, aún a sabiendas de la evidente alianza entre el gobierno nacional y los milicos convertidos en borregos del comandante supremo, éstos siguieron gestionando el proceso. La diferencia es que lo hacían reforzando “la defensa” (llegué a ver tanques de guerra en la entrada de un centro de votación) y antes de votar eras cateado como si fueras un terrorista. Además, según cuentan, también se aseguraban de que el ganador no perteneciera a la oposición. Llegaron a subir videos de militares quemando urnas para que no fueran auditadas por los que denunciaban que se había practicado un fraude electoral. Hoy en México se llevarán a cabo unas elecciones y no he visto el gran despliegue militar que solía implementarse en mi país de origen. Hay cosas que es mejor no extrañar.

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