2 de junio de 2015

Sobrevivir

No sé si estoy más sensible de la cuenta o si mi sindéresis se ha ido de paseo hasta nuevo aviso. Sé, sin embargo, que siento una indignación y, al mismo tiempo, una impotencia difícil de explicar. Ya las lectoras habrán presentido que se trata de Venezuela, esa tierra que sin saber porqué está siendo arrasada por una combinación de estulticia ideológica y de crematística desaforada llevada a cabo por una porción muy pequeña, casi ínfima, de la población. Me refiero a sus gobernantes actuales. No tengo pruebas fehacientes de que ellos sean los causantes concretos de tantos males, sino comentarios que llegan hasta mí por personas cuya veracidad no considero posible poner en duda, porque el que sufre no miente. Venezuela es un país que casi está tocando fondo y el gobierno nacional no lo quiere admitir. Siempre maneja un discurso que califico de delirante. Las declaraciones de Nicolás Maduro y de sus seguidores parecen sacadas de un manual antiguo de evasión de responsabilidades públicas. Dicen cosas como “cachorros del imperialismo”, “fascistas”, “conspiradores”, “desestabilizadores”, para referirse a personas que están pidiendo no justicia social y seguridad (que ya es  necesario pedir), sino unas condiciones mínimas que permitan a la población SOBREVIVIR. Los venezolanos no tienen qué comer, no tienen medicinas, no tienen productos para el cuidado diario, no tienen manera de transportarse, están a merced del hampa que está armada hasta los dientes y las fuerzas de seguridad no pueden nada contra ella o forman parte de ella, y pare usted de contar. No se trata de grandes conspiraciones para derrocar un gobierno que es un fracaso, que sólo ha acicateado un descontento popular que había sido producido por viejas cúpulas políticas pero que ahora está siendo potenciado y perpetuado por una cúpula política nueva y, aparentemente, ineluctable; digo, no se trata de eso, se trata de SUPERVIVENCIA, de simple y pura SUPERVIVENCIA, sin plan, sin doctrinas, sin pentágono ni conjuras internacionales. Es un clamor popular que el gobierno no quiere ni oír ni ver, que algunos venezolanos obnubilados por el discurso de ese gobierno o silenciados y cegados por los privilegios que ese gobierno les da, tampoco quieren ni oír ni ver. Y lo que no ven ni oyen no es poca cosa, por ejemplo, en este mes de mayo se computaron 468 muertes violentas en Caracas. “En promedio fueron llevados a la morgue 15 cadáveres todos los días del mes”, dice El Nacional. O sea, los venezolanos no sólo no tienen qué comer ni cómo curar sus enfermedades ni cómo reparar su artefactos, sino que contra su vida también atenta, además del gobierno, una serie de personas armadas que matan así sin más. Cito parte de una crónica que acabo de leer en el mismo periódico:
Una de las víctimas de la violencia fue ‘B’, de 31 años de edad. Lo mataron a tiros durante una fiesta de 15 años en un inmueble de la calle 7 del sector Valle Alegre de La Vega. Su cónyuge dijo que le informaron sobre el crimen el domingo a las 2:30 am. La mujer, con seis meses de embarazo, no estaba en la celebración. Dijo que a la víctima le dieron tres disparos luego de discutir con otro asistente por razones que ella desconoce. En el tiroteo otra persona fue impactada por un proyectil en un pie. ‘B’ y el otro herido fueron trasladados al hospital Miguel Pérez Carreño en un vehículo de uso particular. ‘B’ era obrero.

Pudieran llenarse páginas enteras de historias como esa y todavía el gobierno sigue firme, con una venda en los ojos y las manos en los oídos repitiendo como letanía: No pasa nada, no pasa nada, no pasa nada. Pero algo tiene que pasar, algo bueno que regrese la alegría a los venezolanos. Ojalá sea pronto.

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