4 de junio de 2015

Nulo

Según el diccionario, moralismo significa “exaltación y defensa de los valores morales.” Es decir, el moralismo es la tendencia a poner en un lugar excelso todo aquello que determine o defina el grado de utilidad o aptitud de lo que consideramos bueno de hacer o del Bien en general. Esto se dice rápidamente, pero en la práctica supone una serie de complicaciones que la humanidad ha venido arrastrando desde que es humana. Un ejemplo reciente acá en México es la tendencia de ciertos intelectuales de izquierda a convocar una especie de boicot contra las inminentes elecciones federales, el cual consiste en anular el voto. No dicen “absténgase”, sino “fórmese y en lugar de elegir a alguien, diga que no elige a nadie.” Aquí, el convocante, apoltronado en su visión preclara de la vida política, le sugiere al lego obnubilado arrojar luces sobre la podredumbre del sistema deslegitimando una de sus formas predilectas de perpetuación: el sufragio o, si se quiere, la elección de representantes para que gestionen los asuntos públicos. ¿Por qué digo que es moralismo? Porque no presentan una alternativa. Me explico, cuando se tiene claro qué cosa es el Bien (anular el voto) la acción es un fin en sí mismo y lo propio de un fin en sí mismo es que opera como una solución de continuidad, esto es, cuando aparece, se interrumpe o clausura el flujo del sentido. Ninguno de los candidatos parece idóneo, entonces anule el voto y listo, resuelto el problema; se ha conducido usted con arreglo a la moral, es decir, apegándose a lo bueno de hacer y eso es suficiente. Pero mucho me temo que el moralismo está lejos de solucionar los defectos del sistema. Nulidad sin programa alternativo es un salto al vacío, no es un Bien en sí mismo sino una especie de barniz ideológico que se aplica a la realidad actual mientras se alcanza la utopía, es decir, un mundo bueno, donde habrá una homología de sentido entre el elector y el elegido tal que la apercepción analógica dará siempre en la diana y lo que el primero piense el segundo lo realice. En fin, el voto nulo es su propia nulidad porque está habitado por la tristeza de creer que no hay esperanza en la humanidad, y que para acceder al Bien el mayor valor es la ausencia de valor. El fantasma de Nietzsche extiende su sombra sobre este nuevo moralismo. 

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