3 de junio de 2015

Reír

Tenemos la idea, sin duda peregrina, de que las cosas que se dicen con cara seria son verdaderas. Si uno ve y escucha, por ejemplo, a Eugenio, pronto notará que sus historias, como él las llamaba, eran un chiste de punta a punta y que lo que más movía a risa era, precisamente, su circunspección, como si su meta hubiera sido no hacernos reír porque lo que estaba contando era serio y, por lo tanto, veraz; pero, como ya se sabe, las verdades no dan risa y tienden a ser tristes. Por supuesto que todo aquello que decía Eugenio eran inventos para excitar nuestra hilaridad. Si mal no recuerdo, Pepe Rubianes inclinándose un poco por la ironía, también hacía lo mismo. En Venezuela, un cultor de la seriedad especiosa fue Virgilio Galindo, mejor conocido como Ruyío. Uno de sus personajes más famosos se llamaba El Ciclón del Caribe: Ruyío, vestido de rumbero cubano y acompañado por un par de músicos interpretando un fragmento del “Lamento jíbaro” tal como lo tocaba El Gran Combo de Puerto Rico. Ruyío oponía al ritmo afro-antillano su seriedad mientras decía frases desternillantes que jugaban con el sentido, que trastocaban la idea de verdad y que, desde mi punto de vista, le daban un golpe de espejo a las cosas que decimos diariamente en serio pero que sacadas de contexto dan risa. Digo ahora todo esto porque hoy mi día ha sido duro, y por mi cabeza se ha estado paseando este consejo que tantas veces se ha formulado: Ríe por no llorar. Y yo agregaría: …porque tanta seriedad no puede ser cierta.

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