21 de noviembre de 2010

Paternidad

La palabra latina ‘exclūsus’, que en castellano se traduce como ‘exclusivo’, i.e., «único, solo, excluyendo a cualquier otro», es el participio pasado del verbo latino ‘excludĕre’ que en castellano se dice ‘excluir’, i.e.,  «descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo.» La exclusividad es la cualidad del exclusivo, es decir, «cada uno de los caracteres, naturales o adquiridos», que lo distinguen. De una palabra a otra hay una raíz común que divide el universo según dos principios: adentro y afuera. Hay lo que está dentro del ser, y hay lo que está fuera de ese ser. Nótese que he dicho ‘ese’. El adentro y el afuera que la exclusividad marca tiene como punto de partida el ser exclusivo, no cualquier ser. Hay una entidad que me saca de su ámbito de existencia. Esa acción le convierte en exclusivo y a mí en excluido, es decir, en una especie de extra-ser. Por su acción devengo ‘un-fuera-de’, un alĭquod, un algo, i.e., aquello que «no se quiere o no se puede nombrar», un indeterminado, un poco, un no completamente o del todo, un hasta cierto punto, es decir, un padre.

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