27 de mayo de 2012

Aguja


En Mateo 22, Cristo pronuncia una frase que luego se hizo famosa. Jesús, al ser interpelado sobre la obligatoriedad del pago de los impuestos, respondió, tajante y con una lógica muy parecida a la que usaba Sócrates 400 años antes de que naciera el hijo de Dios, que puesto que la moneda con la que se pagaban los impuestos pertenecía al César, había que devolvérsela. Claro, dicho por Él suena mejor: 

—¿De quién son esta imagen y esta inscripción? —preguntó Jesús mientras mostraba la moneda. 
—Del César —respondieron los fariseos.
—Entonces denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Claro, luego de esa respuesta surgen muchas preguntas. A mí se me ocurre una: ¿Qué es de Dios? y la respuesta negativa que también se me ocurre es esta: las monedas no son de Dios y, en este sentido, los creyentes deben desentenderse de ellas o en todo caso no hacen falta para relacionarse con Dios. De hecho, el mismo Jesús, en Marcos 17-29 y en Lucas 18-29, y creo que también en el mismo Mateo, deja claro que eso de entrar al reino de Dios no es una posibilidad cierta para los que poseen grandes cantidades de dinero, así que un verdadero creyente para aspirar a la vida eterna debe desapropiarse de todos sus bienes materiales si son muchos. En días recientes, el Instituto para las Obras de Religión, conocido también como el Banco Vaticano, se ha visto envuelto en un escándalo de lavado de dinero. No hablaré de esa noticia porque ya está muy bien documentada en cientos de diarios alrededor del mundo. Solamente quería expresar mi asombro no por lo del mentado delito, sino por la existencia misma de un banco administrado por cardenales y gentes del clero. Me temo que para ellos la puerta al reino de los cielos se parece cada vez más al ojo de una aguja. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario