29 de mayo de 2012

Nada



Creer que un funcionario público es una persona como uno es un craso error. Los funcionarios públicos son personas especiales. No sólo se diferencian del resto de los mortales porque tienen el dominio de la burocracia (palabra esta que, por cierto, significa el poder del escritorio), sino porque ese dominio se lo conceden los que no tienen idea de cómo conducirse en las oficinas públicas o los que aún esforzándose por seguir los pasos y cumplir con los requisitos y las normativas cometen una falta del tipo ‘no traje tal o cual documento porque no sabía que había que traerlo’. No estaría bien decir que los funcionarios son malas personas. Sin embargo, tienden a comportarse como tales. Hoy me decía uno de ellos que su trato acre, impersonal y hasta cierto punto agresivo estaba perfectamente justificado. ¿Por qué? Pues porque las personas no entienden lo duro que es su trabajo, no entienden los procedimientos, no tienen los documentos en orden, quieren que los atiendan lo antes posible, en fin, porque la gente es gente y no funcionarios públicos. Al regresar a casa para sentarme a escribir esta nota, pensaba que la única manera en que esa funcionaria se sentiría cómoda en su trabajo sería atendiéndose a sí misma, no porque tendría todo a punto para que la espiral burocrática siguiera su curso, sino porque como decía Kafka allí donde debería tener un rostro no tiene nada.

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