3 de mayo de 2012

Exageraciones

Anoche, para hacer algo diferente aparte de trabajar frente al ordenador, fui invitado al cine. La película escogida fue «La Cristiada» [For greater glory, en inglés], dirigida por Dean Wright. Hasta donde pude averiguar, parece que La Cristiada es la opera prima de este director y no puedo evitar decir que se nota. En general, la película me resultó la mar de aburrida. La música épica, a ratos fúnebre y a ratos heroica, me produjo un sopor casi ineluctable, pero pude llegar despierto hasta el final. Si bien la historia que cuenta puede llegar a ser atractiva, tanto el guión como las actuaciones dejan mucho que desear. En primer lugar, poco de lo que sucede, aunque tiene una base histórica, es verosímil: Unos mexicanos improbables, exageradamente devotos, defienden con su vida la presencia de la iglesia católica en su país a principios del siglo XX. Digo improbables porque todos hablan en inglés. Primer error de producción. El segundo es que, aparte de hablar en inglés, lo hacían con marcado acento hispano, incluso intercalando términos pronunciados en perfecto castellano, como si quisieran decir al público anglosajón que la historia sucede en México pero como no son capaces de entender el castellano ni gustan de leer subtítulos tuvieron que hacer ese artificio fonético para crear la sensación de nacionalidad que es muy importante para el argumento presentado. Creo que hubiera sido no sólo una deferencia para con los mexicanos sino un acierto de sentido que todos los actores hablaran en el idioma original de la historia. Por ejemplo, el presidente Plutarco Elias Calles, el villano, fue representado por un Rubén Blades entrado en años y más panameño que nunca. Nada en él denotaba mexicanidad, ausencia terrible puesto que Plutarco alegaba no sólo ser un revolucionario sino un recalcitrante defensor de México. Otro error de producción, creo que basado en la idea absurda de que el público mexicano no reconocería a su propia tierra, es que varias secuencias importantes fueron rodadas en Cuetzalan, Puebla, pero los personajes decían que ese lugar era Sahuayo, Michoacán. Puedo entender que hoy día Sahuayo no tiene los elementos visuales suficientes para filmar una película de época, pero reemplazarlo por Cuetzalan me parece exagerado. Finalmente, y para no extenderme más de la cuenta, me resultó bastante incómodo el fanatismo religioso de los personajes heroicos. La proliferación de mártires y la asunción acrítica del asesinato como medio para reafirmar la fe católica excedieron mis límites de tolerancia. En definitiva, La Cristiada me pareció una película prescindible que tal vez solo guste al papa y a los papistas.

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