28 de septiembre de 2012

Click


Siempre me ha parecido raro que alguien quiera ser árbitro de fútbol. Lo habitual es querer hacer un gol o ayudar a hacerlo; no lo es vigilar para que los que quieren jugar cumplan cabalmente las reglas del juego. Lo mismo me sucede con las personas que quieren ser policías o militares. Sentir ganas de estar uniformado, seguir órdenes, dar órdenes, entrenarse para usar un arma contra otra persona, usarla… me parece un sentimiento avieso que, insisto, no comprendo. Hace un par de días, en Madrid, cientos de personas se congregaron para exigir públicamente a los gobernantes que pensaran en alternativas gubernamentales que no hicieran sufrir a las personas. A cambio, esos gobernantes hicieron la vista gorda (vi  una noticia que decía «la sesión se desarrolló con perfecta normalidad»), y dejaron todo a la policía, que respondió con porrazos. De los gobernantes no diré nada, pero, me pregunto, ¿qué pasa por la cabeza de un policía cuando tiene ante sí a un ciudadano que pide justicia social? ¿qué hace click en su voluntad para que se decida por la porra y no por la disuasión o, mejor todavía, por el diálogo comprensivo y solidario?

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