20 de septiembre de 2012

Superstición


Borges tenía la ventaja de ser una superstición de los argentinos; yo, en cambio, soy mi propia superstición y aún no sé si esta sea una condición ventajosa. Creo fervientemente en la suerte; sobre todo en la mala. Así que procuro agenciarme uno que otro amuleto. Son muy útiles y producen cierto sosiego y cierto aplomo para, por un lado, enfrentar las fuerzas siempre misteriosas, siempre imprevisibles, del mal y, por el otro,  esperar que el azar me favorezca por la vía de la lotería o de algún pago inesperado o de una luz verde oportuna o de la llegada a tiempo del tren o de un día tibio y despejado para subir a la montaña.

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