En el año 1999, dije esto: «En la
figura del chisme, un sujeto, discursivo por excelencia, elabora un mundo en
apariencia coherente a partir de un signo mínimo del Otro y un signo máximo de
sí. El chismoso, con una brizna de alteridad, elabora un producto con cierta
suficiencia de sentido, la cual proviene no de las cualidades del objeto (por
llamarlo de alguna manera), sino del acervo hermenéutico del hablador. Resultado: el Otro acaba siendo lo que el Sí mismo puede decir de él
según su competencia interpretativa. El crítico, guardando las distancias, a veces
opera de manera análoga.»
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