22 de marzo de 2015

Error

Nadie es perfecto. Vieja frase que resume una gran verdad y que acaso sea una de las excusas más usadas por la humanidad. Cuando alguien comete un error y ya no tiene argumentos que justifiquen su falta, siempre queda apelar al carácter falible de la especie, es decir, admitir que, de manera general, al actuar tendemos a alejarnos inevitablemente de la eficacia plena. Aunque lo interesante no es admitirlo, sino asumir que la admisión implica que el Otro automáticamente comprenda la falta y la perdone. He dicho “comprenda la falta”, pero en realidad lo que se espera es que la falta se pase por alto porque se debe a un resultado inevitable, a un producto propio del género. En nuestro caso, pues, equivocarse es un rasgo fatal. Errar es de humanos, dicen. Sin embargo, estos mismos humanos cuando el Otro falla, se aprestan para la censura cuando no para el castigo más severo que se les ocurra. Acaso esto también pertenezca a nuestra naturaleza, tender al error y al mismo tiempo no tolerarlo. Hace poco estuve en una reunión a la cual asistieron personas que, al menos en teoría, forman parte de una de las instituciones más cultas del país. Uno supone que esa pertenencia implica que se trata de personas igualmente cultas o, en todo caso, que han sido tocadas por parte de la cultura que define a esa institución. Si bien durante buena parte de la reunión predominó la cortesía y el apego al orden del día, llegó un momento en que esa cultura se fue al garete. Los asistentes asumieron que alguien había cometido un error y que eso era imperdonable o, en todo caso, que el perdón llegaría sólo si remontándonos al pasado cambiáramos el error por un acierto. Es decir, sólo estaban dispuestos a perdonar y comprender el error si éste no se hubiera cometido. Aunque el razonamiento es evidentemente falaz, esas personas se mantuvieron en sus 13 hasta al final. Pedían la cabeza de la persona que estaba al mando en el momento del error, considerando, según la misma lógica falaz, que era responsable por todos los errores cometidos por las personas a su cargo y por todo el mal funcionamiento de los artefactos que esas personas manipulan, así como también de las instalaciones que ocupan; un poco como si en el país hay violencia, la culpa es del presidente. Confieso que no podía dar crédito a todo lo que escuchaba; específicamente a las exigencias que, palabras más palabras menos, eran estas: 1) Queremos que el pasado no sea como fue; 2) Si los que cometieron el error en el pasado, toman medidas para que en el futuro no vuelva a ocurrir, no confiamos; 3) Sólo confiaríamos en las medidas tomadas por personas que no cometieron ese error; 4) Si hay expertos en la definición de las medidas preventivas, tampoco confiamos en sus competencias a menos que nos dejen supervisarles, aun cuando no seamos expertos; 5) Las medidas que nos presentan los expertos no son de fiar porque pensamos que mienten basándonos en el siguiente razonamiento: mientras se cometía el error no informaron ni veraz ni oportunamente, así que ahora es demasiado tarde para ser oportunos y veraces; 6) Suponiendo que no hay más remedio que aplicar las medidas que proponen las personas en las que no confiamos, creemos que los errores se volverán a cometer aunque por otro medios. ¿Cuál sería pues la solución? Ninguna o en todo caso extender indefinidamente la queja porque las cosas no fueron como esperábamos que fueran y porque no presentan la solución que queremos, es decir, repito, aplicar una solución retrospectiva, cosa que sólo lograría el Sr. Peabody y su máquina del tiempo si no lleva consigo a Sherman, que es demasiado humano y siempre comete errores. Ya para cerrar porque la nota se está alargando más de la cuenta, he de decir que esta tendencia a retrogradar me desalienta sobremanera. Que personas aparentemente cultas no sean capaces de ver que el Otro admite haber fallado y que está tomando medidas concretas de rectificación, me parece un resultado que no lleva sino al sargazo de la irresolución. Que esas mismas personas se inclinen más por el linchamiento que por la justicia racional y constructiva, me parece aún peor. No es esa la vía para construir un mundo común, sino un archipiélago de intereses particulares.

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