7 de octubre de 2011

Mentira (5)

La etimología de la mentira tiene su qué. En principio, es palabra latina y su raíz es la palabra mens, es decir, la mente o el espíritu o la imaginación porque, según Emile Littré, mentir es imaginar. Y esto de imaginar también tiene su qué. Como ya se sabe, imaginar es como convertir la imagen en un verbo y la imagen es algo que se parece a otro algo porque intenta imitarlo. El status existencial del segundo algo es tangible y tiende a pertenecer al mundo de las materialidades, mientras que el status existencial del primer algo es intangible y tiende a pertenecer al mundo de la inmaterialidad. No es lo mismo un guijarro que su imagen: el primero se puede tener en las manos, la segunda solamente se puede tener en la mente. El problema es que a diferencia de las condiciones ambientales, que suelen preferir la estabilidad o el cambio gradual a largo plazo, la mente es voltaria, cambia a cada momento y está en su naturaleza no poder conservar la forma original de las cosas. En este sentido, y en todo caso, el que miente no hace más que convertir ciertas realidades en contenidos mentales y, en consecuencia, propicia que esas realidades cambien, y que además de dejar de ser lo que eran (si es que acaso fueron) promueve que sean infieles al origen. Esto que digo entre paréntesis hay que tenerlo siempre presente: en el caso de un mentiroso no es posible distinguir un punto de partida, es decir, un origen verdadero, real, de sus imaginaciones aviesas. La mentira de hoy convierte en mentiras las verdades de ayer.

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