26 de octubre de 2011

Triste talento

Ayer he vuelto a ver “The Talented Mr. Ripley” de Anthony Minghella. Ya la había visto hace unos 12 años atrás, pero el tiempo pasa y los detalles se borran. Además, circunstancias actualísimas me han llevado a revisitarla. No diré que fue una experiencia grata. Tal como en la primera, esta vez volvió el sentimiento de desazón y de mal cuerpo que genera el personaje central, Tom Ripley, creado magistralmente por la pluma de Patricia Highsmith y que, no sé por qué, suele recordarme al Julien Sorel de Stendhal. Como ya se sabe, el talento de Ripley consistía en mentir. Pero no era un mentiroso común y corriente. Ripley mentía de manera extrema y estratégica para apoderarse de la buena vida ajena. Lo extraordinario es que lograba mimetizarse de modo tal que se convertía en la persona cuya vida había destruido a fuerza de falsedades. Curiosamente, siempre dejaba cabos sueltos, pero, urgido por las consecuencias nefastas que podía generar un desmentido, con una habilidad sin igual lograba urdir una trama alternativa que le protegía de ser descubierto. En ocasiones, ni el cabo suelto ni la nueva trama conjuraban el peligro, por lo que Ripley aplicaba una medida extrema: el asesinato. Básicamente, en eso consistía su vida infame: en ir abriendo y cerrando círculos especiosos primero con mentiras, luego con huidas y, si la ocasión lo ameritaba, con una que otra muerte real o imaginaria. Mucha sangre fría tenía este Ripley, muchas vidas falsas y muchas deudas pendientes con sus víctimas. Gente así sólo debería existir en el mundo de las ficciones literarias, pero, lamentablemente, no es así.

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