18 de octubre de 2012

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Hace ya varios años atrás, durante un evento público de tipo académico, un estudiante me formuló la siguiente pregunta: «¿Carlos, te consideras un psicólogo social postmoderno?» Yo, forzando un poco mi circunspección para guardar las formas y no mostrar una sonrisa imprudente, le respondí «No», y agregué esto otro: «Me considero un psicólogo social actual.» Creo que si hoy me preguntaran si soy un psicólogo social crítico, daría la misma respuesta. ¿Por qué? Pues porque la noción de crítica lleva en sí el germen del límite; de hecho, criticar es determinar, establecer, distinguir los límites del ser. Cuando alguien critica en realidad está diciendo Esto llega hasta aquí. Algún crítico dirá que una crítica también puede sugerir un más allá. Puede, pero el resultado es el mismo: solo está moviendo la frontera que ya entrevió. Así las cosas, en lugar de criticar o de ser un psicólogo social crítico, prefiero especular en el presente sobre la base de lo que acontece entre la gente y entre las cosas, y entre éstas y aquéllas. La especulación nada tiene que ver con los límites; todo lo contrario, por lo general los rebasa o simplemente los ignora. El psicólogo social especulativo siempre tiene presente que las relaciones intersubjetivas e interobjetivas pueden ir hacia cualquier lado, proliferar, transformarse y, también, pueden hacer todo lo contrario, y las fronteras entre una cosa y la otra no son ni borrosas ni fractales ni rizomáticas nada más, sino que pueden compartir la estabilidad que tienen los bordes de las nubes o la línea del mar sobre la arena de la playa o asumir la geometría funcional de los organigramas y el ordenamiento kafkiano de las burocracias.

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