Lo que uno piensa para sí y desde sí de cara al Otro casi siempre pertenece al orden de la imprecisión cuando no del desatino. Allí donde creo que soy honesto, el Otro me percibe como sospechoso; allí donde creo ser simple, el Otro me percibe como soberbio. Este proceso se prolonga indefinidamente. Cuando no se lo puede sobrellevar se convierte en intolerancia; cuando se lo sobrelleva con dificultad pero con gusto se llama amistad.
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