12 de julio de 2012

Lucidez


Ayer me sucedió algo realmente extraño. Una persona a quien llamaré Juanete me dijo, a manera de insulto, «puto suramericano de mierda». Confieso que no me sentí ofendido, sino definido. La calificación denigratoria del término «puto» que encarece significativamente los otros tres términos del enunciado fue certera (y no sé si acertada). Además, la preposición «de» la usó magistralmente, en esta caso denotando la naturaleza de la que, según el ofensor, está hecha mi procedencia geográfica y cultural. Con ello, en un relámpago de sentido, me dejó claro que para él no tengo valor, que estoy mal hecho y que, en fin, soy una persona sin cualidades ni méritos y que por eso, respecto de mí, se toma la licencia de hacer lo que le da la gana. En cierto modo, su expresión tuvo una contundencia tal que casi la tomé como un elogio. Sin embargo, como queda claro, no lo fue. Es decir, tanto su enunciado como el contexto espacial y temporal de su enunciación apuntaban claramente no solo a ponerme en el lugar que ocupo en la sociedad española o, mejor dicho, para ese español en particular (aunque sospecho que Juanete no inventó esa frase), sino  que merezco ser tratado con violencia en un primer momento, luego con vilipendio y al final con indiferencia. Algunos dicen que Juanete no forma parte de las filas de la cordura; yo pienso que a veces tiene grandes momentos de lucidez.

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