30 de julio de 2012

Autoritarismo


Aunque parezca paradójico, aquel que cree estar en la posición justa no es el que al final le hace bien al Otro. Por lo general, arrincona moralmente a su semejante (a quien, por cierto, considera su diferente) hasta producirle, por un lado, un ineluctable sentimiento de culpa y, por el otro, un profundo conflicto de identidad. El segundo, oprimido por la corrección moral del primero, vive preguntándose constantemente si lo que hace es digno de castigo y debe disculparse por su comportamiento y si eso que cree ser es digno de ser defendido o si es mejor someterlo a una transformación radical o, si eso no funciona, desecharlo definitivamente. En resumen, se ve forzado a dejar de ser lo que es o, mejor dicho, lo que venía siendo. Tristemente, este proceso no es una rareza. Es más común de lo que creemos. Los políticos, los militares, el clero y muchos intelectuales y algunos artistas suelen comportarse de esa manera, y lo hacen sin tener como referente ideológico ni la derecha ni la izquierda. Simplemente creen que son así y actúan en consecuencia.

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