Creo que fue Leon Bloy quien dijera que cada vez que quería enterarse de  los últimos acontecimientos leía a San Pablo. Yo, sin el talento de  Bloy, hago lo mismo, no con el apóstol, sino con Cunqueiro o con Borges  y, a veces, con gentes más antiguas que existieron y que no. Justo ahora  leo un artículo escrito por Latour y Strum en 1986, aun cuando un  experto me ha recomendado leer sus producciones más recientes, pues el  primer autor ha cambiado tanto que citar sus trabajos publicados hace  diez años atrás equivale a citar una nube de entonces refiriéndose al  cielo de hoy. Pues bien, en este artículo de finales del siglo pasado,  Latour y Strum, contraviniendo el consejo del especialista, se dedican a  leer y analizar semióticamente una serie de libros en los que se relata  el origen de la socialidad [socialness]. Entre los autores analizados  se encuentra Jean-Jacques Rousseau. Luego de aplicar su estrategia  analítica, cuyos detalles dejo para otra ocasión más aburrida que esta,  Latour y Strum llegan a una conclusión que me resulta la mar de  hilarante y, sobre todo, muy actual: Si puedes evitar entrar en la  sociedad, hazlo; si debes entrar en la sociedad, evita las civilizadas  organizadas en Estados y con soberano en el poder. Son preferibles las  sociedades primitivas como las africanas o las del llamado nuevo mundo.  En última instancia, si no puedes evitar entrar en una sociedad  civilizada, rechaza las tiranías y opta por comunidades pequeñas regidas  por la voluntad general. Para Rousseau no hay una buena razón para  entrar en la sociedad, pues razonar es un signo de degeneración; aquel  que puede calcular, con la misma virtud y destreza puede engañar. En  fin, en el mejor de los casos, la única esperanza es restaurar el  contrato social y evitar el estadio final de la esclavitud absoluta.  Habría, pues, que volver a ser buenos salvajes; desnudos en el campo y  con una total indiferencia hacia nuestros semejantes. No cabe duda de  que el porvenir más prometedor puede hallarse con mucha facilidad en las  galerías de la memoria. Del mismo modo, un visionario no es aquel que  en el presente ve el porvenir, sino aquel que en el pasado espera paciente  que lo descubramos viendo el presente y sus posibilidades futuras.
 
 
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