23 de septiembre de 2010

El futuro, hoy

Creo que fue Leon Bloy quien dijera que cada vez que quería enterarse de los últimos acontecimientos leía a San Pablo. Yo, sin el talento de Bloy, hago lo mismo, no con el apóstol, sino con Cunqueiro o con Borges y, a veces, con gentes más antiguas que existieron y que no. Justo ahora leo un artículo escrito por Latour y Strum en 1986, aun cuando un experto me ha recomendado leer sus producciones más recientes, pues el primer autor ha cambiado tanto que citar sus trabajos publicados hace diez años atrás equivale a citar una nube de entonces refiriéndose al cielo de hoy. Pues bien, en este artículo de finales del siglo pasado, Latour y Strum, contraviniendo el consejo del especialista, se dedican a leer y analizar semióticamente una serie de libros en los que se relata el origen de la socialidad [socialness]. Entre los autores analizados se encuentra Jean-Jacques Rousseau. Luego de aplicar su estrategia analítica, cuyos detalles dejo para otra ocasión más aburrida que esta, Latour y Strum llegan a una conclusión que me resulta la mar de hilarante y, sobre todo, muy actual: Si puedes evitar entrar en la sociedad, hazlo; si debes entrar en la sociedad, evita las civilizadas organizadas en Estados y con soberano en el poder. Son preferibles las sociedades primitivas como las africanas o las del llamado nuevo mundo. En última instancia, si no puedes evitar entrar en una sociedad civilizada, rechaza las tiranías y opta por comunidades pequeñas regidas por la voluntad general. Para Rousseau no hay una buena razón para entrar en la sociedad, pues razonar es un signo de degeneración; aquel que puede calcular, con la misma virtud y destreza puede engañar. En fin, en el mejor de los casos, la única esperanza es restaurar el contrato social y evitar el estadio final de la esclavitud absoluta. Habría, pues, que volver a ser buenos salvajes; desnudos en el campo y con una total indiferencia hacia nuestros semejantes. No cabe duda de que el porvenir más prometedor puede hallarse con mucha facilidad en las galerías de la memoria. Del mismo modo, un visionario no es aquel que en el presente ve el porvenir, sino aquel que en el pasado espera paciente que lo descubramos viendo el presente y sus posibilidades futuras.

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