28 de septiembre de 2010

Evidentemente, no es venezolano

Uno de los adagios favoritos de los cínicos es este: las promesas se hicieron para romperlas. Yo, que en modo alguno pertenezco a las vituperables filas del cinismo, confieso que me he visto obligado a romper mi promesa de hablar de la Fiesta de la Mercè. Esta obligación, sin duda azarosa, se debe, como casi todo en esta vida que llevo, a unas palabras que leí. Las escribió Fidel Castro y cualquiera puede leerlas en cubadebate.cu. Su artículo, breve porque pertenece a una sección llamada «reflexiones de Fidel», se titula «Si yo fuera venezolano». Allí, Castro, evidenciando una imaginación mínima y un desconocimiento olímpico de la cultura nacional, se caricaturiza a sí mismo. Es decir, si él fuera venezolano sería, primero, más joven y, segundo, sería él mismo. Se trata de un rasgo típico de los autócratas: viven pensando que ser ellos mismos es lo mejor que le ha podido pasar al mundo y, por eso, se consideran insustituibles y se los debe necesitar siempre. Según este demócrata consumado, amante de la libertad y campeón de los oprimidos, el venezolano castrista no debía dejarse vencer ni por los elementos (en este caso la lluvia que se pronosticaba para el día de las elecciones parlamentarias) ni por el imperio norteamericano (Fidel sostiene firmemente que Estados Unidos deseaba intervenir directamente para que los resultados favorecieran a la oposición) y salir a votar en masa para defender la revolución bolivariana. En los años que llevo siendo venezolano y en mi no muy larga experiencia electoral, jamás me enteré de compatriota alguno que tuviera semejante actitud de cara a las elecciones. En primer lugar, el día de las elecciones es un día libre (sólo se trabaja in extremis). Como no se puede beber en la calle ni comprar nada porque todo está cerrado y hay militares por todas partes, el día anterior, que suele ser un sábado, uno se abastece de suficiente bebida y, si el presupuesto lo permite, compra algo de carne para cocinarla a la parrilla; y si no hay carne se hace un sancocho. Con eso en mente, uno sale temprano a votar y al regreso se reúne en casa con unos panas a comer, a beber unas frías y a jugar dominó, mientras espera que el Consejo Nacional Electoral dé los primeros resultados, que, por lo general, llegan tan tarde que la gente está o demasiado cansada o demasiado borracha como para asimilarlos racionalmente. No digo que todo sea así, pero es el recuerdo que tengo del barrio donde crecí. Allí, el día de las elecciones no había ni lucha anti-imperialista ni voluntad revolucionara que estuviera por encima del solaz dominical. Y de seguir así, me temo que las sugerencias de Fidel cayeron en saco roto (si es que alguien arrimó el saco a sus palabras). 

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