12 de septiembre de 2011

Dios

Una de las características más terribles y, al mismo tiempo, más atractivas del dios judeocristiano es su tendencia a cometer errores. Sé que afirmar que una entidad de la cual se predica la perfección, la omnisciencia, la omnipotencia, la ubicuidad, la eternidad y demás totalidades, se equivoca puede sonar contradictorio, pero, precisamente, por el hecho de poseer semejantes virtudes la probabilidad de equivocarse aumenta significativamente. Es decir, es más difícil que cometa un error si sólo puede estar en un lugar a la vez, pero si puede estar en todos al mismo tiempo algún fallo ha de ocurrir. Lo mismo pasa con la omnisciencia: el que sabe poco, poco se equivoca, pero el que sabe todo si no en todo en algo puede equivocarse. Finalmente, el que todo lo puede, puede acertar, pero también errar. Si pensamos, por ejemplo, en el ser humano, quien fuera creado a imagen y semejanza de Dios, esto de la equivocación divina cobra fuerza. Los humanos podemos estar y estamos en todas partes y mientras más lugares habitamos más nos equivocamos; mientras más conocimientos acumulamos, más nos cuesta tomar las decisiones adecuadas para mejorar nuestra existencia; y, en general, mientras más poder tenemos, más errores cometemos. Afortunadamente, el Dios falible y su criatura homóloga tienen una posibilidad de salvación: el propósito de enmienda.

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