22 de septiembre de 2011

Virtud

Ayer vi cómo los periodistas deportivos cuestionaban un gesto de displicencia que le hiciera un famoso futbolista a unos aficionados. El cuestionamiento, a ratos, adoptaba la forma de grito en el cielo, de comportamiento inadmisible porque, según lo que alcancé a deducir de aquel carnaval de indignaciones, ese futbolista tenía por fuerza que mostrarse como una persona digna y virtuosa. Por supuesto, todo aquello me hizo mucha gracia por una razón sencilla: si a todo aquel que demuestra ser excepcionalmente hábil para una actividad en particular le exigimos un nivel de eticidad excelso y abarcador, si no los gobiernos al menos las facultades de filosofía estarían repletas de deportistas, de científicos, de bandidos y de top models.

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