4 de septiembre de 2011

Poesía

No tengo corazón para la poesía ni tolerancia para los que se hacen llamar poetas. Siento que se trata de una actividad que pertenece al orden del gasto improductivo y de unas personas que se dedican a usar las palabras como quien usa el jabón para hacer pompas. A veces, solo a veces, me detengo y leo algún verso y digo «qué bonito», pero ese resultado, absolutamente casual, es una rareza. Hubo un tiempo en que me sucedía todo lo contrario, es decir, un tiempo en que la poesía me parecía un ejercicio literario excelso y los poetas unos seres especialmente dotados para hacerle un bien al mundo. Yo era un adolescente y, como todo adolescente, me sentía desgraciado y no sabía qué hacer con tantas fuerzas vitales como las que se tienen entonces. No digo que he envejecido. Digo más bien que ahora me cuesta un poco más entender esa manera deportiva de asumir el lenguaje.

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